El Desvío: Porque le tengo amor

Hace apenas una semana, con motivo de su fallecimiento, todas las cadenas dedicaban un momentito al recuerdo de Carmen Laffón, prestigiosa y exquisita pintora andaluza, cuya respuesta, cuando le preguntaron por qué se dedicaba a la pintura, fue: “Porque le tengo amor”. Es tan sencillo como contundente.
Yo soy de esas que se dedican porque le tienen amor al quehacer o a la persona. Si no, en menor o mayor medida, me siendo, simplemente forzada por las circunstancias. Yo le tengo amor a la escritura, y hoy la veo muy lejos.
Sé que me merezco ser feliz, y esa es una batalla que no todo el mundo tiene ganada. La conciencia de que, rotundamente, merezco ser feliz y de que puedo hacer infinitamente feliz a quien me lo proponga. Sé que no he dejado de trabajar y de luchar a solas contra las circunstancias matadoras que le han tocado a mi generación y que todo pasa factura. Suerte que he tenido la trinchera de mis padres, pero una cosa es una trinchera y otra es la compañía en la batalla. Eso no lo conozco, si he ganado o he perdido, lo he hecho yo sola y nada le debo a nadie más que a los dueños de la trinchera, porque con las derrotas, las lesiones y las mutilaciones hay que retirarse a la enfermería. Una enfermería que llevo intentando abandonar y que me veo obligada a rehabitar por pura supervivencia durante los últimos diez años. He sido capaz de estar fuera cuatro años seguidos en el extranjero, luego de vuelta a casa y un nuevo intento con el que conseguí vivir fuera de la trinchera un año más -compartiendo piso, no os creáis, que de ahí sí que no he pasado-, otro intento y pude salir durante seis meses… Pero era como viajar en un boomerang que siempre te devuelve a la casilla de salida. La desesperación es real.
El Desvío: Era la número unoCreo que la expresión es la correcta: me siento mutilada por las circunstancias, y quien me conoce ha notado que, antes del guantazo de cruda realidad, hace diez años, mi espíritu, siendo el mismo, conocía menos perezas. Yo lo veo en mis amigos, igual que ellos lo ven en mí. Antes me entusiasmaban cosas que, a día de hoy, no me harían levantarme de la silla. Antes no sabía lo que era tenerle amor a algo o a alguien, sino que me guiaba por estímulos más volubles que me llevaban a probar todo sin terminar de ganar nada. Eso se acabó, y en parte me alegro, porque valorar lo importante es signo de sabiduría. Lo único que lamento es que ahora es mucho más difícil hacerme reír, despertar mi interés, conseguir mantener mi atención… Qué pocas cosas son capaces de conseguir que los días merezcan la pena. Y qué pocas personas.
Yo le tengo amor a la escritura, pero hace años que apenas soy capaz de escribir. Desde principios de 2016, coincidiendo con mi regreso a España, mis fuerzas no han sido capaces de iniciar y acabar una novela. He recogido remiendos de historias que tenía aparcadas y ya encauzadas, que tenían la mitad del trabajo hecho, y así he podido ofrecer dos libros más al lector. Pero son los relatos los que me han salvado, los que he tenido fuerzas, tiempo y concentración suficiente para idear, empezar y acabar. Habré escrito tres o cuatro desde 2016. En estos momentos, puedo decir que no escribo ficción desde que mi amigo Gervasio me inscribió en un concurso de relatos, a finales de 2020, y me vi en la situación, sin mucha alternativa, de desempolvar mis habilidades. Le agradezco la tesitura en la que me puso, porque, quizás, si dejo pasar más tiempo de mi vida sin escritura, ésta no vuelve. Después de aquello, durante todo este año, no he vuelto a siquiera tantearla.
Escribir, a lo que le tengo amor, no me da de comer, no me paga el alquiler, no me paga el agua ni la luz, ni siquiera me recarga el bonobús. Dicho sea de paso, en mi vida he firmado contratos con dos editoriales, ambas en manos de señores sin escrúpulos ni vergüenza, que se han aprovechado -a día de hoy continúa mi pelea- del trabajo que yo he realizado como autora, vendiendo dos de mis libros la primera y otros dos la segunda, recibiendo sus beneficios, sin compartirlos como se firmó conmigo. La primera editorial se declaró en quiebra, me ingresó dos mil de los que yo calculaba alrededor de quince mil euros, y desapareció. A la segunda editorial la denuncié por lo penal en 2019, y a la espera de algo, una señal de que la Justicia efectivamente existe, estoy aún, viendo que desde 2015 venden mis libros -en una ocasión, hace ya más de tres años, para que me callara, me hicieron un ingreso irrisorio de menos de 80€- y a día de hoy siguen vendiendo mi obra, sin permiso y sin que yo vea un duro de mi trabajo ni pueda, de ninguna manera, retirar de la venta los ejemplares que ellos explotan. El amor de mi vida es hermoso, pero pobre, y no le puedo dedicar mis desvelos, aunque ya me gustaría. ¿Por qué me da por decir esto en voz alta? Pues porque hace una semana estuve en la radio, invitada a un programa cultural sobre cine, de una emisora local gaditana, y el encantador locutor -un señor muy mayor- me preguntó, impresionado, cómo era posible que, teniendo yo tantas virtudes y habilidades, a nivel profesional, fuese mi situación la que es -haciendo la pregunta extensible a una generación sobrecualificada y abandonada, como es la mía-. Pues, mire usted, porque ninguna persona con la que yo haya firmado un contrato desde que terminé la universidad hace diez años ha cumplido lo pactado al 100% y, a la vez, haya sido lo pactado algo digno y estable durante más de 24h. Esas circunstancias jamás se han dado juntas, y a menudo no se dan en absoluto. Esto, que para la otra parte no tiene ni la más mínima consecuencia negativa, a mí me destroza. Los mejores contratos que he tenido, los únicos dignos, me los ha dado el audiovisual, y no siempre, siendo contratos de un día, con alta en la Seguridad Social y sueldo digno. 24h, que en este gremio se entiende, pero que para prosperar no termina de servirme. Además, tener formación como actriz -actriz mediocre, desde mi propio punto de vista-, e incluso ejercer como tal, no me hace tenerle amor a la interpretación, me temo.
El Desvío: Del humor a la rabiaLa pregunta del locutor tiene una respuesta sencilla: vivir en un país donde la inmensa mayoría de las fortunas están manchadas de sangre, los poderes facticos roban impunemente riquezas, derechos y libertades, donde el sistema es esclavista y las bondades de la vida se reservan exclusivamente a quienes las pueden pagar -estando, no ya las bondades, sino la simpleza de poseer tu propia vivienda en una dimensión paralela para toda una generación de clase obrera-, la situación es anómala, criminal, disfuncional, injusta y, mientras lo permitamos, inamovible.
Ayer puse un mensaje en mis stories de Instagram. En él decía que “Carrusel”, el cortometraje que estoy co-dirigiendo con mi compañero Juan Albarca, es algo bonito que voy a hacer, y que, una vez esté acabado, me despediré. Y rematé el mensaje diciendo que no hay nada tan elegante como saber cuándo una debe marcharse.
Una debe marcharse cuando ha dado todo lo bueno que puede dar, todo lo bueno que le hayan dado oportunidad de dar, y cuando vea que lo que estorba es más de lo que aporta.
El Desvío: Reflexiones en confinamiento IIA ese mensaje algunas personas se llevaron las manos a la cabeza. Así que voy a explicarme.
En el audiovisual, voy por espacios: una cosa es ser actriz, otra es ser guionista, otra ser directora y otra ser productora ejecutiva, como es el caso con “Carrusel”. Como actriz nunca pude aportar gran cosa, simplemente me ilusionaba probar. Hace un año, hablaba con la que hoy es la protagonista de “Carrusel”, mi amiga Mila Fernández, y le contaba que la interpretación podía divertirme, pero que todo lo que rodea necesariamente a la profesión me genera rechazo, me incomoda, siento que sufro mucho más de lo que a veces disfruto. Desde pequeña pensé que sería una historia de amor, pero la convivencia es una mierda. Y le dije que quería dejarlo, que tenía apalabrado un proyecto más como actriz y que sería el último. Dicho proyecto, por cierto, termino de rodarlo este mes, un año después. Justo un mes después de hablarlo con Mila, recibí la llamada de una agencia de representación que estaba interesada en llevarme. Me convencieron y firmé, con todas mis reticencias. En este año se han cruzado en mi camino varios proyectos, y como aún no había culminado ese “último” del que le hablé a Mila, no he dicho que no a los que han llegado. Sin embargo, estoy saturada y agotada, y estoy deseando acabar esta etapa de mi vida. Una etapa que incluye, como ya digo, otros espacios: quería probarme a mí misma, quería escribir un guion que funcionase, quería ser capaz de aglutinar a un equipo de profesionales sólo con ese guion -no tengo nada más que ofrecer-, y quería comprobar que mis cinco años de carrera de Comunicación Audiovisual, efectivamente, no habían servido para absolutamente nada, porque todo lo que he volcado en el cortometraje lo he aprendido en cursos que he pagado de mi bolsillo desde que volví de Inglaterra, a base de sueldos miserables en empleos precarios -que, por supuesto, en nada se relacionaban con el audiovisual-. Dedicarle tus ahorros y tus esfuerzos a una formación que supla tus años de universidad merece un pedacito de realidad, y ejecutar este cortometraje está siendo para mí ese gesto. Con eso me sentiré satisfecha, porque tampoco dirigir cine es mi objetivo ni mi motivación. A la cinematografía tampoco le tengo amor, aunque sea una asidua al cine y disfrute como nadie de un momento de peli en casa. El mundillo de la “industria” cinematográfica, por llamarlo de alguna manera, me provoca un rechazo bastante contundente después de vivirlo de cerca y no creo que se me haya perdido nada ahí. La sensación de que se me pierde alguien es pesada como una losa de hormigón, pero hay lobos de mar que nunca se hunden, y estoy tranquila, si esos son los mares que ha elegido surcar. Yo prefiero regentar el chiringuito en tierra firme, así que, siempre que quiera, sabrá dónde encontrarme.
No descarto probar con el teatro, pero no será antes de mucho, mucho tiempo. Ahora mismo sólo tengo ganas de amar. No tengo ganas de escribir porque no tengo fuerzas para ello, pero deseo con toda mi vida que vuelvan esas ganas. La cuestión es que a todo este desencanto se une la desidia del estado vegetativo en el que te sumerge la oposición. La única solución -imperfecta- que he encontrado a la lamentable situación de desigualdad, pobreza, exclusión vital y precariedad de mi generación es sentarme a estudiar oposiciones durante los últimos dos años y medio. Y seguiré estudiando, porque por culpa de la pandemia aún no he hecho ni siquiera mi primer intento serio de examen -recordemos que aprobar unas oposiciones no es lo mismo que obtener plaza y que lo normal es que no ocurra a la primera-. Pueden tener por seguro que no sueño con photocalls, premios de cine, ni mi nombre en títulos de crédito. A estas alturas sólo tengo la impresión de que, donde otra persona es la imagen de la oportunidad, yo estoy aguantando el tipo -cuando no estoy haciendo el ridículo-. Quiero cerrar esa etapa, y cuanto antes mejor, aunque quiero cerrarla bien y en condiciones, presentando un cortometraje del que todo el equipo se pueda sentir orgulloso. Más allá de eso, quiero ser una persona que no conozca la incertidumbre laboral y económica, que tenga autonomía vital de una vez y que posea, por lo menos, las llaves de su propia casa y un buen ordenador desde el que pueda escribir todos los días. Aunque no me conozca nadie ni me lean más de tres personas al año. Lo firmaría hoy mismo. Y esto lo digo siendo perfectamente consciente de que no he sido más ambiciosa en mi vida.
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